Mi peor pesadilla.

Hace unos días, durante una representación de El Avaro, me pasó una de las peores experiencias que he tenido en un escenario.

Estaba en la escena en la que Harpagón descubre la trama que Valerio, mi personaje, urde para llevarse el amor de Elisa, su hija.

La función había transcurrido con normalidad y ya sólo faltaban un par de escenas para terminar.

Fue entonces cuando ocurrió: me quedé en blanco.

Si. Aún peor que cuando soñaba que iba desnudo al colegio y todos me miraban. Lo que siempre temes que te pase, me pasó.

Nunca me había ocurrido de una manera tan brutal y devastadora. Llevábamos muy pocas funciones, el texto en esa parte es muy picado, todos dependemos de las réplicas exactas del compañero y no supe por dónde salir mientras el tiempo parecía detenerse, el terror y la vergüenza se apoderaban de mí y el abismo cada vez se hacía más y más grande ante mis pies…

Como siempre en estos casos, se acaba encontrando el camino y salvas la situación de la manera más honrosa posible.

Después, con el paso de los días y tras comentarlo con compañeros y amigos, llegué a la conclusión de que, pese a lo traumático de la experiencia, no me vino del todo mal.

Hay ocasiones en las que, por comodidad, falta de concentración, inseguridad o una mezcla de todas ellas, bajas la guardia, te relajas y entonces aparece tu peor pesadilla para darte bien fuerte…

Así que me aplico el cuento, por el público que paga su entrada, por mis compañeros, que se merecen todo mi respeto y atención en la escena y por mí también, que el mal rato que pasé no se lo deseo ni a mi peor enemigo, ¡pardiez!